Caminaba cojo, arrastraba su pie derecho como quien arrastra
un enorme saco lleno de desperdicios. Una línea profunda en la tierra iba
quedando a su paso, y era sencillo intuir perfectamente donde se encontraba en
cada momento, por los resoplidos que iba exhalando mientras andaba. A su
alrededor austeridad, un enorme desierto ocre. Sin embargo, la temperatura no
era elevada como cabe esperar en los desiertos. Allí, la temperatura era muy
baja, por ello entre resoplido y resoplido, el caminante contribuía con espeso
vaho blanco a la atmósfera del lugar. Se trataba de un hombre, era difícil
definir su edad exacta, e incluso disponer de un margen aproximado de la misma,
pues a causa de su famélico cuerpo y la suciedad que lo cubría por completo,
podría tratarse tanto de alguien muy joven como de un completo anciano. Estaba
ya oscureciendo, rayos de luz rojizos rebotaban sobre la tierra engullendo la
frágil figura de aquel hombre desconocido que parecía caminar sin un rumbo
fijo. Y quizás fuesen sus pasos quienes le llevaban a él sin control, como
movidos por una fuerza sobrenatural e incontrolable. Era probable que aquel
hombre llevase sin comer y beber varios días. Muchos más de lo que cualquier
ser humano podría aguantar y, sin embargo, allí estaba, de pie y avanzando.
Cuando la luna se alzó sobre su cabeza, los ojos de aquel hombre
resplandecieron con la misma intensidad que la luz de la propia luna. Y en un
violento destello, la piel del hombre se deslizó por el cuerpo y cayó sobre la
arena, dejando al descubierto un enorme zorro anaranjado de intensa mirada
amarilla. El zorro olisqueó los restos de lo quedaba de su antigua esencia
humana sobre la arena, se los comió y observó con sus nuevos ojos, el horizonte
vacío del desierto. Pareció atisbar algo en algún lugar entre aquellos millones
de granos de arena. Entonces echó a correr y con su afilado hocico recogió
entre los dientes una pequeña piedra luminosa. La soltó con delicadeza y lamió
su superficie cargándola de calor. La piedra brilló aun más y voló hasta el
cielo. La vieja estrella caída volvía a reunirse con sus compañeras.
Alba Ramos
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